La creación de Xibalba
Tienta la tierra y acuéstate en ella y siente su vibración. Si acercas tu oreja a la tierra húmeda del atardecer escucharas un zumbido, algo distante, casi insignificante. En las entrañas de la tierra donde ningún alma viviente a llegado, vive un ser. Un ser agobiado, atormentado y solitario. Apenas si es oíble, apenas si es perceptible, su llanto terrible.
Cada noche solloza el creador de Xibalba, el dueño de un dominio de espíritus. Llegan ahi las almas perdidas, las almas que están olvidadas. Él se llama, Amotlein. Pero no siempre fue el dueño de Xibalba.
Amotlein una vez vivió entre nosotros. Un ser simple y algo distante. Cada día se levantaba dando gracias a los Dioses por el milagro constante del nuevo amanecer. Pudiera decirse que él era el ciudadano ejemplar, el más cuerdo y sensato del Anáhuac. Pero ningún hombre es eterno, ningún hombre es incorruptible.
Un atardecer se bañaba en el Lago de las Aguas Puras, que queda en una remota tierra escondida por una persiana de montañas y bosques, cuando sintió que alguien lo observaba, que alguien lo espiaba. Como ya estaba oscureciendo, Amotlein se vistió con prisa y cogio su tilma emprendiendo su camino hacia su choza humilde. Al dar el primer paso Amotlein se quedó tieso.
“No me temas,” le dijo una voz profunda, algo ronca, pero dulce al igual.
Enfrente de Amotlein había una mujer de pelo largo, liso y algo rojiso. Sus ojos eran grandes, cafés como el cacao. Y su piel radiante con tinte de olivo. De ella emitía una esencia dulce de flores silvestres, y su cara se iluminaba con la resonancia de un fuego ardiente.
“Me llamo, Nochtli,” le dijo la mujer de pasiones.
Amotlein se quedó con ojos abiertos, de búho alertado. Ella se acerca a él. Amotlein se quedo inmóvil, su mirada perdiéndose en ella, entrando en un transe en que él ya nunca pudo zafarse. Tomo sus manos y los dos se metieron al Lago de las Aguas Limpias. Ahí consumieron su pasión. Tentando y reconociendo cada parte de su ser. Fue tanto su amor y lujuria que las aguas empezaron a burbujear en un hervor tormentoso.
Al despertar Amotlein se encontró rodeado de lodo, en un cráter profundo. Profundo como un lago. En él emergió una sed profunda, un deseo insaciable de sentir el calor de ese amor volátil. Queria él amar y ser amado. Queria hundirse una vez mas en el cuerpo de Nochtli. Ser acariciado por suave y tenue olor. Desde ese dia Amotlein traía una dama a lo que una vez fue el Lago de las Aguas Puras, gozandosela. Pero nadie lograba saciar esa sed que tenia por la mujer de la mirada de fuego.
Tanta fue la obsesión, que cada noche lloraba en lo que una vez fue el Lago de las Aguas Puras. Sus lágrimas cristalinas llenaron el lago hasta que se desbordó, inundando el bosque cercano.
Los pájaros fueron los primeros en huir, y después siguieron algunos jaguares, ranas, y monos. No todos los animales tuvieron la suerte de salvarse y murieron ahogados en el lamento de las aguas torrenciales. Después Amotlein golpeó el suelo con sus puños llenos de angustia, provocando un terremoto que cuarteo la tierra inundada que lo rodeaba; dejándolo en una isla enorme y solitaria. Su llanto cesó y ninguna lágrima le brotó de sus ojos achicopalados. Estaba seco. Habia llorado todo el agua en él, pero su alma no dejaba de pensar en la tierna Nochtli.
El fuego de su corazón, que la añoraba, le prendió fuego a su cuerpo. Amontlein se achicharro, su piel humeando, desprendiéndose de su cuerpo pedazo por pedazo. Los ojos gelatinosos se le derritieron. Y el cabello en polvo quedó. Casi nada quedó de Amotlein, solo quedó su esqueleto vibrante, vivo y animado por la llama de la pasión.
Una vez más hirvieron las aguas y se volatizaron. Después el fuego intenso secó y agrietó la tierra. La tierra ahora tenía la misma sed de Amotlein. Lo único que sobrevivió, lo único que creció del voraz incendio y de la gran sequía, fueron los nopales con tunas. Amotlein tomo la fruta del nopal y se espino, pero disfruto de su carne dulce. Por fin sacio su alma. Para ese entonces ya era muy tarde, pues Xibalba ya se había creado y en él un rey se habia encontrado.
Desértico, árido, desolado,
Es el alma del mal amado.
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