Con Sazón y Pasión

Fotografia proveida por Mari Garcia
Traducido por Nat Escobedo
Una alarma para las 2 a.m, Nescafé amargo humeando en una taza usada, susurros de ropa manchada de grasa. Estas indicaciones significaban que mi padre, Rigoberto Garcia, empezaría su rutina mañanera en el Centro de Conferencia de Luskin en la UCLA. Un viaje de 20-45 minutos cada mañana, turnos de las 4 a.m a las 2 p.m, cinco días de la semana, y en cama a las 8 p.m. Las únicas veces que lo veía era durante las cena, parado sobre la estufa mientras cocinaba.
Cocinar es un acto laboral. Mi padre no era un novato en la cocina. Desde los inviernos frescos en 1985, enfrentaba el vapor de los platos calientes, navegando la mano de obra de Marina del Rey con esperanzas de ir de limpiando platos a preparando platillos. Pronto empezó a trabajar largas horas viajando de Inglewood a Redondo Beach, sirviendo clientes a lo largo de la costa. Para él, cocinar era una “relación con respecto,” respetando la artesanía y los fundamentos para crear platillos de calidad. La comida sostiene a las personas que alimentamos, conectando nuestras identidades a nuevas audiencias.
Seguido, la gente bromea, “mis complementos al cocinero,” y el cocinero comúnmente es un Latine de la clase trabajadora. Nosotros–incluyendo los estudiantes–olvidamos que cocineros Latines mezclan las barandas culturales con su trabajo, introduciéndonos a platillos asombrosos. Cocinando en casa es “[cocinando] tus tradiciones…a tu sazón [deseado] tradicional,” pero yo discuto que se expande más allá de la casa. Su “toque,” como mi papá le llama, es siempre sentido, como en la casa igual que en los platillos hechos en la universidad.
Después de trabajar casi diez años en servicios de hospitalidad, mi padre recibió noticia de parte de mi tío Miguel que su empleador anterior, Ralph Zavala, sería un asistente de cocina en el nuevo departamento de Conferencia y Servicio de Comidas de la UCLA y necesitaba nuevos cocineros. Esta oportunidad no solamente abrió nuevos paladares, sino nuevas oportunidades también para mi padre.
Trabajadores como mi padre constituyen 26.4% de la fuerza laboral no-académica, la demográfica no-blanca más grande, de acuerdo al censo del 2022 de los Empleados No-Académicos de la UCLA. Reflexionando sobre estas estadísticas, seguido siento que donde sea que esté—en el refectorio o en mi viaje diario a clases—me encontraría con trabajadores con semejanza a mi padre. Sus rostros cansados reflejan la misma angustia que mi padre demostraba cuando sus manos con callos tallaban su cara después de regresar de un turno de 12 horas. Pensando en que ⅔ de la fuerza laboral Latine forma parte de 30% de los trabajadores de primera línea que se les paga menos de $25 la hora, empezamos a ver que nuestros trabajadores están siendo gravemente devaluados por nuestras administraciones, a pesar de que dependen bastante de su trabajo.
Nuestra fuerza laboral Latine trabaja incansablemente para, no solamente servir a los estudiantes y el profesorado, si no para proveer para nuestras familias también.
Los sindicatos desempeñan un papel integral en tanto la fuerza laboral como en creando conexiones íntimas con nuestras familias. Reconociendo la necesidad de los sindicatos, mi padre dice, “Sientes una sensación de seguridad…que [tus supervisores] no te están [explotando] por horas.” Mi familia ha sido miembro activo de la Federación Americana de Empleados Estatales, del Condado y el Municipio (AFSCME) desde los ‘90s. En los últimos 20 años, mi hermana y yo hemos acompañado a mi papa en huelgas monumentales.
Recientemente, mi padre, sus compañeros de trabajo y yo bromeamos sobre los viejos gritos de huelga mientras nos sentábamos juntos en las huelgas de Nov. 20, 2024. “UCLA es de nosotros.” Los trabajadores y estudiantes crean la cultura, y demostrando solidaridad fortalecen nuestras metas para un mejor futuro. Los momentos compartidos que he tenido con mi padre y el sindicato me recuerdan que nuestra relación con los sindicatos no es solo en el trabajo sino también con nuestras familias que mantienen el sindicato con vida.
La cocina, el trabajo, y las relaciones están únicamente entrelazadas con nosotros. Cuando cocino con mi padre, estoy constantemente transportada a la cocina apretada, guisando champiñones mientras él segundo chef critica mi técnica manual. Estás en los pensamientos de Carmy en el programa de televisión, The Bear (El Oso), pasando una crisis nerviosa por un pollo salteado. Pero para mi padre, esto era su rutina; la cocina era su dominio. Él hablaba firmemente sobre la cocina, notando, “Para mi, es un placer cocinar…tratas de combinar sabores [y] cada vez [estás] creando nuevos sabores.” Cocinar es una sensación conductora que mi padre evocó en mí, una pasión interminable por encontrar algo mejor.
Las manos de mi padre ilustran una historia de pasión, un sazón, un “toque” que siempre estará arraigado en las comidas creadas aquí en la UCLA. Su motivación para crear algo, un sueño mayor que el mismo, es un legado no solo para mí, si no también para los trabajadores que hacen de esta universidad lo que es. This is our university. Esta es nuestra universidad.

Fotografia proveida por Mari Garcia