Fruits of Our Labor/Los Frutos de Nuestro Trabajo (Español)

Diseñado por Marissa Bermudez y Olivia Zepeda
Traducido por Cris Avitia Camacho
Entre 1942 y 1964, más de 4 millones de braceros—trabajadores “temporales” de zonas rurales de México—ingresaron legalmente a los Estados Unidos con contratos de trabajo. Fueron contratados para trabajar en la agricultura y en la industria ferroviaria en todo el país. Estos eran jornaleros que cosechaban fresas, lechuga, algodón, chiles y duraznos, abasteciendo los supermercados de todo el país, y construían los ferrocarriles que transportaban estos productos.
Salvador Casas Varela, mi abuelo, tenía 19 años cuando se convirtió en bracero, y 68 años después aún puede relatar el arduo trabajo de cosechar los cultivos que acabo de mencionar. Nació en diciembre de 1938 en Rojas, Nombre de Dios, Durango, México. Como uno de los mayores de seis hermanos, se esperaba que ayudara a mantener a la familia. El señor Varela emigró por primera vez a los Estados Unidos con su padre, quien le enseñó cómo cruzar ilegalmente la frontera del suroeste. Rosendo Cabral, nacido en junio de 1936 en Cueva Grande, Valparaíso, Zacatecas, se convirtió en bracero a los 20 años. De manera similar, el señor Cabral siguió el ejemplo de su padre y emigró a EE.UU. para trabajar en la agricultura y mantener a su familia en México. La historia oral del señor Cabral fue generosamente proporcionada por Marissa Bermúdez, integrante del equipo visual de La Gente.
Las historias orales de nuestros abuelos son testimonio de cómo la demanda de mano de obra explotable categorizó a todo un grupo de personas, moldeando su identidad política mucho después de la conclusión del Programa Bracero. Utilizo momentos de sus relatos y la historia escrita por expertos para demostrar cómo el trabajo es central en nuestra identidad y exponer cómo EE.UU. ha usado esto para seguir explotando a los migrantes indocumentados.
El señor Varela emigró por primera vez a EE.UU. desde su pueblo el Día de la Independencia de México en 1957, cuando tenía 19 años. A las cinco de la tarde, se subió a la parte trasera de un tren, sentado en los escalones, apenas a unos centímetros del suelo, mientras el tren avanzaba. Según el señor Varela, pasó “todo el día encerrado, y hacía al menos 100 grados” dentro del tren. No estaba solo. Formaba parte de un grupo numeroso de hombres jóvenes y solteros que emigraban a EE.UU. en busca del trabajo prometido por el Programa Bracero, implementado para solucionar la falta de trabajadores tras la Segunda Guerra Mundial. El tren llevaba a todos los pasajeros sin boleto hasta Mexicali, donde los contrataban en Calexico antes de ser trasladados a Santa Ana, California. Mientras estaba en el tren, el señor Varela recuerda haberse sentido triste. Pensó: Mira dónde estoy, mientras todo mi barrio está allá, todos bailando y celebrando las fiestas patrias.
En Santa Ana, cosechó chiles en un campo de 20 metros de largo. Su trabajo consistía en arrojar los chiles a un camión que avanzaba junto a ellos mientras caminaba rápidamente frente a una máquina. No podía detenerse a descansar porque “la banda [de la máquina] te llevaba” si te detenías demasiado tiempo. El señor Varela recuerda que su espalda le dolía desde la infancia; su trabajo siempre le había exigido estar encorvado. Aun así, sabía que tenía que resistir el dolor para terminar el trabajo.
El señor Cabral viajó por primera vez a un centro de contratación en Palma, Sonora, en un camión desde Fresnillo, Zacatecas, antes de abordar un tren a Mexicali. Una vez contratado, ingresó legalmente a EE.UU. para trabajar principalmente en campos de hortalizas, cosechando apio, zanahorias, lechuga, tomates y fresas en Salinas, California, durante seis meses a la vez. Cuando no había trabajo disponible, se le permitía regresar a México por algunos meses. En 1961, regresó como bracero una vez más, esta vez cosechando naranjas, limones y toronjas en Santa Paula, California.
El señor Varela recuerda estar rodeado de lo que parecían ser dos millones de personas, esperando días para cruzar a EE.UU. En un centro cerca de El Paso del Águila—un lugar de cruce frecuente entre México y Texas—se le ordenó alinearse junto a un estante, donde fue “fumigado” como parte de un largo proceso para determinar su elegibilidad para ser contratado. Durante la duración del Programa Bracero (1942-1964), 4.7 millones de braceros pasaron por un proceso similar, viajando hasta la frontera entre México y EE.UU. por cualquier medio necesario con la esperanza de ser contratados temporalmente para trabajar en la agricultura y sometiéndose a exámenes invasivos para poder continuar.
El sentimiento nacional racializó a los migrantes mexicanos como sucios y enfermos, pero la codicia por maximizar las ganancias mantuvo alta la demanda de trabajadores mexicanos. El señor Cabral recuerda la necesidad de miles de personas para cosechar lechuga. Aunque inicialmente no fue seleccionado para trabajar porque sus “manos no tenían callos”, la demanda finalmente superó las preferencias de los empleadores. Este requisito demuestra que el gobierno de EE.UU. y sus industrias buscaban personas que “demostraran” ser trabajadoras, sin importar su bienestar ni las condiciones en las que laboraban.
En varias conversaciones con el señor Varela, incluyendo su entrevista de historia oral, le he preguntado cómo se siente acerca del maltrato a los inmigrantes mexicanos. Reflexiona sobre su experiencia como una “historia tremenda”, diciendo que Dios lo ha mantenido con vida cuando realmente piensa en todo lo que ha pasado. Su vacilación antes de responder me hace preguntarme si elige censurarse por mi bien o por el suyo. Aunque puede relatar sin titubear el trato inhumano que sufrió, incluida la fumigación destinada a “limpiarlo de cualquier contaminación”, es evidente que le cuesta comprender por qué fue tratado de esa manera.
Una norma predominante en la cultura mexicana es ser agradecido, conformarse con lo que se tiene y no pedir más. Reconozco su influencia en la manera en que mi abuelo se siente en deuda con el gran poder que le brindó la oportunidad de una vida mejor, tanto que le resulta difícil criticar al gobierno que lo maltrató, lo encarceló y lo deportó. Aun así, atribuye su supervivencia a la gracia de Dios.
Como trabajador temporal en los campos de California y Texas, el señor Varela regresaba a México después de que terminaba su contrato y volvía a EE.UU. cuando comenzaba una nueva temporada. Sin embargo, enfrentaba un gran problema: por más tiempo que hubiera trabajado en EE.UU., su “mica no llegaba”. Sabía que sin una mica (tarjeta verde), tendría que regresar a EE.UU. sin documentación adecuada.
El problema era más grande que él. Aunque el Programa Bracero buscaba regular el flujo constante de trabajadores mexicanos indocumentados, proporcionando más de 4.5 millones de permisos de trabajo, la cantidad de inmigrantes indocumentados superaba los permisos otorgados. Solo entre el 4 y el 7% de los braceros ingresaron legalmente. Esto fue posible gracias a la frontera abierta y las pocas restricciones que permitían a los empleadores contratar a muchos trabajadores indocumentados.
Cuando el Programa Bracero terminó en la década de 1960, mi abuelo finalmente se estableció en Los Ángeles. Allí encontró un empleo estable en una fábrica de tapicería. Años después, en 1983, el señor Varela logró obtener su ciudadanía a los 45 años.
Casi 5 millones de mexicanos de estatus migratorio mixto fueron traídos a EE.UU. durante los años del programa, cambiando las actitudes hacia la inmigración en Los Ángeles. Aunque la inmigración y las políticas han evolucionado desde entonces, muchos continúan sacrificándose, enfrentando la discriminación racial con la esperanza de lograr el mismo éxito económico que alcanzaron algunos braceros décadas atrás.