Manos Invisibles, Injusticia Visible

Diseñado por Yulissa Gonzalez

Traducido por Cris Avitia Camacho

Tal como lo explica mejor el Dr. Seth M. Holmes en Fresh Fruits, Broken Bodies: Migrant Farmworkers in the United States, las experiencias de los trabajadores migrantes en los Estados Unidos están profundamente influenciadas por la interconexión de los sistemas económicos, políticos y médicos. A través de estos sistemas, los trabajadores migrantes quedan atrapados en ciclos de explotación y abandono, a pesar de ser contribuyentes esenciales para la economía y la sociedad estadounidense. La migración a un país extranjero no es una decisión individual, sino que está influenciada por la inseguridad económica, los intereses extranjeros y la falta de movilidad social.

Los sistemas económicos desempeñan un papel fundamental en la vida de los trabajadores migrantes, comenzando con acuerdos comerciales internacionales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1992. La llegada masiva de productos baratos de EE.UU. devastó la agricultura mexicana, obligando a muchos agricultores a abandonar sus tierras y a buscar empleo en los Estados Unidos (Holmes, 2013). Una vez en EE.UU., los trabajadores migrantes se encuentran en la base de una rígida jerarquía laboral como jornaleros agrícolas. Desde el 1 de julio de 2020, el TLCAN ya no está en vigor y fue reemplazado por el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), el cual supuestamente busca garantizar la protección de los derechos laborales y la rendición de cuentas por parte del gobierno estadounidense. Según Jennifer Gordon en “Unfair Competition under the USMCA” (2023), “Los migrantes trabajan en las áreas de la agricultura que son demasiado difíciles o costosas de automatizar”, lo que los vuelve más vulnerables a la explotación, como la exposición a pesticidas mientras reciben un salario mínimo.

Los trabajadores migrantes, a menudo con poca educación y sin dominio del inglés, son relegados a los trabajos más demandantes físicamente, con pocas esperanzas de avanzar. Los jornaleros sobreviven en condiciones de vida precarias mientras realizan labores agotadoras, esenciales para la industria agrícola estadounidense, pero son forzados a soportarlas debido a su estatus migratorio. Por temor a ser deportados al denunciar condiciones laborales inadecuadas, los trabajadores agrícolas deben decidir entre alimentar a sus familias y a un país que no los valora o regresar a su país de origen a competir por empleos con salarios aún más bajos. La inestabilidad económica se agrava con la naturaleza transitoria del trabajo agrícola, que obliga a los migrantes a desplazarse constantemente para seguir los ciclos de cosecha, limitando aún más su acceso a atención médica continua, recursos financieros y apoyo comunitario (Holmes, 2023).

La naturaleza transitoria del trabajo migrante también dificulta su representación política. Los trabajadores migrantes rara vez tienen la estabilidad necesaria para abogar por mejores protecciones laborales o participar en procesos políticos. Su marginación dentro del sistema legal estadounidense los mantiene atrapados en un ciclo de vulnerabilidad. Otra consecuencia de su migración es la falta de información precisa y constante sobre los trabajadores migrantes en Estados Unidos. A medida que se trasladan dentro del estado o cruzan fronteras estatales, su seguimiento se vuelve difícil, lo que dificulta la investigación sobre los trabajadores agrícolas mexicanos y su salud. Como explica Doris P. Slesinger (1992) en su revisión sobre la salud de los migrantes, esta inestabilidad también obstaculiza los esfuerzos de investigación, dejando vacíos significativos en los datos y en la formulación de políticas destinadas a mejorar sus condiciones laborales y de salud. Muchas de las enfermedades y condiciones de salud que afectan a los trabajadores agrícolas mexicanos se deben a sus condiciones de vida y trabajo, sin embargo, aún existe una brecha en la investigación sobre la salud de los migrantes.

El sistema médico estadounidense agrava las dificultades de los trabajadores migrantes a través de la discriminación lingüística, la incompetencia cultural y el racismo estructural. El trabajo etnográfico de Seth M. Holmes (2013) proporciona un relato vívido sobre cómo las barreras del idioma limitan la relación entre paciente y médico. Con frecuencia, los médicos diagnostican erróneamente o tratan inadecuadamente las lesiones laborales debido a problemas de comunicación y prejuicios implícitos. Holmes describe cómo los trabajadores migrantes que solo hablan lenguas indígenas o español no estándar son percibidos como ignorantes e incapaces de comprender indicaciones médicas, lo que los somete a estándares de atención más bajos. De manera similar, el análisis de Mary Bucholtz en “The Whiteness of Nerds: Superstandard English and Racial Markedness” (2001) sobre la marcación racial lingüística entre estudiantes afroamericanos y euroamericanos en la escuela secundaria, explica cómo los trabajadores migrantes que intentan hablar inglés pero no cumplen con las normas del “inglés estándar” son estigmatizados como perezosos o poco inteligentes.

Esta discriminación se extiende al sistema de salud, donde los médicos pueden racializar a los pacientes según sus antecedentes lingüísticos y culturales. La incapacidad de “cambiar de código” eficazmente (alternar entre idiomas o dialectos según el contexto) aísla aún más a los trabajadores migrantes de recibir un trato equitativo. La falta de fluidez del trabajador no solo en inglés, sino en la retórica del inglés estándar, limita la comunicación médico-paciente, lo que provoca una atención médica deficiente. Juan Deliz et al. (2020) enfatizan la importancia de integrar las identidades culturales en la educación médica para humanizar a los pacientes y abordar las disparidades. Sin embargo, los planes de estudio actuales carecen de métodos estandarizados para enseñar conciencia cultural, dejando a los médicos sin preparación para enfrentar los desafíos específicos de los trabajadores migrantes.

Sin comprender los determinantes sociales de la salud—incluyendo el estatus socioeconómico, la condición migratoria y las condiciones laborales—los proveedores de atención médica no logran brindar un servicio adecuado. La falta de estándares sobre qué lecciones son necesarias para educar a los estudiantes de medicina en competencia cultural refuerza las inconsistencias en la experiencia del paciente. El concepto de “espacio público blanco”, explorado por Helán Page y Brooke Thomas (1994), ilustra aún más las desigualdades sistémicas en la atención médica. Los entornos clínicos, dominados por prácticas euroamericanas, marginan a los pacientes que no se ajustan a estos estándares. Los trabajadores migrantes, a menudo vistos como forasteros, son desproporcionadamente afectados por estos prejuicios, lo que resulta en peores resultados de salud y en una creciente desconfianza hacia el sistema médico. Esto se refleja en los hallazgos de Susana L. Matias et al. (2022) sobre el “riesgo elevado de enfermedades crónicas en trabajadores agrícolas latinos… que pueden carecer de acceso a atención médica”.

Como resultado de experiencias traumáticas previas, muchos trabajadores migrantes se acostumbran al trato que reciben del sistema y dejan de buscar atención médica profesional. Esto distorsiona aún más los estudios sobre las personas de color y aumenta la carga física y mental de navegar el sistema de salud estadounidense. La experiencia de los trabajadores migrantes en Estados Unidos está determinada por la interacción de los sistemas económicos, políticos y médicos que los explotan y marginan. Los marcos económicos infravaloran su trabajo; los sistemas políticos silencian sus voces; y los sistemas médicos no les brindan una atención equitativa. Estas estructuras interconectadas perpetúan un ciclo de vulnerabilidad que sobrecarga a los trabajadores migrantes mientras beneficia a la población estadounidense.

Abordar estas desigualdades sistémicas requiere un enfoque multifacético. Las políticas deben priorizar la justicia económica para los trabajadores migrantes, garantizando salarios justos y aplicando protecciones contra la explotación. La reforma política debe asegurar que los trabajadores migrantes puedan defender sus derechos sin temor a represalias legales. En el ámbito médico, la capacitación en competencia cultural y la investigación sobre la salud de los migrantes son esenciales para cerrar las brechas en la atención. Solo a través de estas reformas sistémicas, Estados Unidos podrá empezar a reconocer las contribuciones de los trabajadores migrantes y defender los valores de equidad y justicia.